
De repente te he visto en una de esas inmensas terrazas que tienen los hoteles, las que son como un teatro de marionetas, tapadas por tres partes y con una ventana al mundo.
Estabas sentado en esas sillas baratas de plástico malo y apoyabas las piernas sobre la barandilla, dónde se secan las toallas mojadas de un día de playa.
Encendías un cigarro, y tu humo dibujaba formas en la oscuridad de la noche pero no estropeaba el olor a mar.
Unos turistas bajo la terraza rompían el momento gritando cosas que no valía la pena entender, pisabas la colilla, te asomabas para la última calada y volvías a entrar.
Fuiste a bajar la persiana pero recordaste que prefiero dejarla subida. Hasta mañana.
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